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Los planetas Tlön y Arda en el cosmos mitopoético

(fragmento)

La Tierra Media es muy parecida a la nuestra, mítica pero no más que esta. La luz de su sol es el recuerdo de los largos veranos de la infancia, y sus pesadillas son también aquellas de los niños: visiones aplastantes de formas granes y frías que bloquean la luz del sol por siempre. Pero las fuerzas que forman las vidas de los moradores de la Tierra Media son las mismas que hacen nuestras vidas —historia, casualidad y deseo—. Es un mundo burbujeante de posibilidades, sujeto a la ley natural, con una subyacente moral cristiana; no es Oz, ni el Gran Buen Lugar, sino un mundo habitado por gente y cosas, olores y estaciones, como el nuestro.

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El libro está lleno de canto: baladas y poesía y ritmos del folclor perteneciente a la agitada vida de las gentes de la Tierra Media, y épica es su historia y la descripción de sus rutinas. Cada una de las diferentes razas y tribus, con excepción de los moradores de Mordor, tiene sus propias tradiciones y canciones, y Tolkien las reúne todas —desde los patrones rítmicos de los Elfos hasta los orgullosos cantos de los Enanos y las vueltas de danza que aman los Hobbits— con la naturaleza y la destreza del escritor cuya propia prosa está impregnada de poesía. Los mejores versos empiezan a cantarse a sí mismos cuando se leen, como lo hacen los nombres de los seres y los lugares. Uno casi puede cantar los mapas que Tolkien con cada volumen. La música nunca se impone desde afuera; ella brota del centro del mundo, como sale del mundo de la Ilíada y de los Nibelungos.

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Una de las razones por las que la obra de Tolkien ha cautivado a a gente tan disímil es porque crea un universo imaginario detallado, atrayente y auténtico, que parece una alternativa válida para nuestro caótico mundo. No es la tierra de nunca jamás de la ciencia-ficción sino un territorio donde se toman con seriedad los problemas morales y en el cual es posible —nada fácil, pero sí posible— adoptar las decisiones correctas. Tolkien detalla tanto su universo que verdaderamente provoca la suspensión de la incredulidad.

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Tlön es un tercer orbe en el sentido paradójico de que es como el mundo conocido, pero con peculiares diferencias que lo hacen parecer distinto. Tlön es quizá el epítome de la metodología borgesiana.

Las características del mundo feliz de Tlön corresponden minuciosamente a las intenciones y sentido del relato. Indispensable para la verosimilitud del cuento es el hecho de que Tlön es un mundo idealista cuyos habitantes ignoran la noción de espacio; para ellos la realidad es una galaxia de actos e intelecciones aisladas e independientes que uno de sus idiomas refleja en la forma de «objetos poéticos». En Tlön se invalidan la causa y el efecto, consideradas allí meras asociaciones de ideas. No existe la verdad, sino solamente la sorpresa. La ciencia en tales condiciones es difícil o por lo menos antisistemática, exceptuando la sicología que se ocupa de estados mentales. En este relato Borges lleva a sus últimas consecuencias las teorías idealistas de Platón, Hume y Berkeley, según las cuales la realidad solo existe gracias al sujeto que la percibe.

Tlön es la expresión más completa de una alquimia que consiste en mostrarnos nuestra realidad, lo que hemos aceptado como nuestra realidad, transfigurada en sueño, en una fantasmagoría más del espíritu que poco o muy poco tiene que ver con ese mundo real que se propone penetrar. Es una paráfrasis de gnoseología fundamentada en el escepticismo, que en diversos modos niega al hombre el acceso a verdades inamovibles acerca del mundo que lo rodea, e intenta llamar la atención a los lectores sobre la naturaleza conjetural de todo conocimiento y representación.

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En nuestro mundo la física es la más universal entre las ciencias, el mundo es un accidente de las moléculas, y el pensamiento una patología de las neuronas. En cambio en Tlön la cultura clásica comprende una sola disciplina: la sicología.

Mientras aquí la física estudia el mundo como una colección de objetos en el espacio y tiene su fundamento en el realismo, la sicología lo hace como una sucesión de estados mentales en el tiempo y tiene su fundamento en el idealismo.

Las utopías son la expresión de ese deseo, que, al no conseguir fijar su objeto en la realidad, se apartan de ella y proponen un orden y un espacio diferentes. En su propósito de catalogar y ordenar el espacio del mundo, las utopías se fijan y parten de un solo principio que, en relación con la ideología que las produce, es el único capaz de posibilitar la perfección.