
Variaciones alrededor del cuento
Descripción
(fragmento)
Sin embargo, atendiendo a la voz de la experiencia —y no es otra la que nos habla—, hay que hacer énfasis en que el cuento no dispone de reglas absolutas y que lo que hasta ahora hemos visto corresponde a un procedimiento inverso de los maestros del género, procedimiento que va de lo práctico a lo teórico y no de lo teórico a lo práctico, que sería la opción última de los lectores. A la pregunta planteada hace un momento se le podría oponer una respuesta categórica: no existe cuento de terror porque no existe, entre nosotros, esa «alianza misteriosa y compleja» entre el escritor y los temas adecuados a una visión macabra del universo sobrenatural. En cambio, lo que se impone para el escritor colombiano es la realidad, en muchos casos asimilada sin mayor esfuerzo y contada de cualquier manera, situación que nos coloca en la línea del realismo como tendencia superada por fortuna hace ya mucho tiempo, pero que todavia confunde a ciertos lectores de nuestro medio. Combatir el realismo no significa, en manera alguna, que la realidad no pueda o no deba estar presente en la obra. Significa, sobre todo, que otros factores sicológicos, humorísticos, ficticios o simplemente técnicos entran a enriquecer el texto literario, llámese cuento o novela.
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Para el escritor de cuentos, en general, la jerarquización de los ingredientes de la teoría es, si no indispensable, por lo menos de gran importancia en el logro de su objetivo. Si contar es entregar al mundo una criatura que ha permanecido obsesivamente en la siquis del escritor, si no existe un mecanismo más apropiado que el parto, por analogía con la vida misma, será requisito fundamental esperar la gestación en el momento menos esperado, sin que forzosamente la meditación a priori intervenga en el proceso. Sobre el particular, Cortázar diferencia al escribidor del verdadero cuentista: «Un cuentista eficaz puede escribir relatos literariamente válidos, pero si alguna vez ha pasado por la experiencia de librarse de un cuento como quien se quita de encima una alimaña, sabrá de la diferencia que hay entre posesión y cocina literaria». Aquí, una vez más, la parte se vuelve un todo, una especie de guía procedimental dirigida al escritor en la acepción más amplia del término. Con esto queda superada la tesis peregrina según la cual el escritor, absolutamente dueño de sí mismo, escribe porque sí, porque le da la gana, en la forma más o menos vanidosa del intuitivo vanidoso. Pedro Enríquez Ureña escribió alguna vez que la literatura empieza donde termina la gramática, cuestión que es válida, en general, para los géneros literarios e implica del mismo modo al escritor que se inicia en el proceso de la escritura como al que ha sobrevivido al colapso de sus primeras producciones. Aclaremos un poco este asunto: la gramática no debe confundirse con retórica, «ese pecado de no ser fiel a sí mismo», como lo expresa Clemente Airó en su libro Las letras y los días, sino tenerse como el dominio del lenguaje en tanto herramienta de producción artística. Un cuento breve, por cierto, no está exento de esta condición básica de toda obra literaria.