Encuentro con Pedro Juan Gutiérrez
Texto y fotografías Álvaro Castillo Granada
Pensaba que me iba a encontrar con un ogro, una especie de provocador tropical. Con esta imagen llegué al hotel donde estábamos citados unos minutos antes de las nueve de la mañana. Bajó al lobby y me preguntó extendiéndome la mano: «¿Tú eres el periodista? ¿Por qué no me habías llamado?» «Todavía no son las nueve. Más que periodista soy un lector que vende libros», respondí. «Vaya combinación tan rara», añadió antes de sentarnos en una mesa frente a una avenida a tomarnos un café. La conversación fluyó como si desde hace mucho tiempo estuviéramos hablando. De todo y de nada, de las musarañas, como son las charlas entre socios. Me encontré, entonces, más bien, con un hombre bastante seguro de sí mismo al que le encanta conversar de cualquier cosa y, entre otras, de literatura. En este tema se centró nuestra conversación que, por suerte, tuvo una segunda y tercera parte, esta vez en la azotea de su apartamento, en La Habana, frente al malecón. Desde allí, mirando al mar y a la gente caminar, viendo cómo la luz se va despidiendo, volvimos a recorrer los mismos temas. Aclarando, ampliando, lo que habíamos empezado. Se sorprendió cuando le mostré un ejemplar de su libro Vivir en el espacio, publicado en 1989, que me regaló mi amiga Gretel. Me sorprendió cuando me dijo por teléfono, antes del tercer encuentro, que me tenía un regalo. No era uno. Eran tres: su Antología mínima publicada por Ediciones Khaos, Naufragios, de Álvar Núñez Cabeza de Vaca, Colección Testimonio, 1970 y Los pasos en la hierba, de Eduardo Heras León, Casa de las Américas, 1970. Nos despedimos con un «Hasta luego». Sabemos que nos volveremos a encontrar.
Dejando el tiempo pasar tomamos yogur, nunca una cerveza.
El asombro
Chico… asombro es descubrir algo que tú no conoces… lo que le pasa a cualquiera… Como yo fui periodista por tantos años estoy marcado por el periodismo definitivamente. Tengo que aceptarlo con toda tranquilidad. Cuando me planteo un libro, en primer lugar, tengo que ir descubriendo en la trama o en la historia cosas que puedan ser extrañas. A mí no me gusta escribir de lo cotidiano. Aparentemente escribo desde lo cotidiano pero también escribo tratando de descubrir el lado asombroso del ser humano. El lado que todos ocultamos. El asombro es un poco divertirse, es un poco ser travieso en la vida, jugar un poco, tratar de mantener esa visión del niño (el niño se asombra de todo)… Una visión poética, un poco mágica de la vida. Todo esto está muy vinculado para no dejarte arrastrar por esta sociedad manipuladora, que es tan estresante, que en aras de llevarte bien con los demás tienes que estar concediendo espacio constantemente.
Llegada a la lectura
Sobre todo yo leí toneladas de muñequitos… A Cuba iban los muñequitos de la editorial Novaro, de México. Supermán, La pequeña Lulú… Todo eso… Una tía tenía en un cuarto de su casa que daba a la calle una quincalla, en un pequeño pueblo que se llama San Luis, en Pinar del río, la distribución de revistas y periódicos para el pueblo. Vendía trucos también. Y se le quedaban los muñequitos, en esa época no es como ahora que tú vas comprando lo que vas a vender, tú recibías y se quedaban ahí. Miles y miles de muñequitos de todo tipo. Tenía siete, ocho años. Eso fue lo primero que yo leí. Pero por toneladas. Ella me regalaba todo lo que yo quería. Me llevaba una maleta inmensa y la llenaba de muñequitos. Ese ha sido el gran problema desde entonces. La maleta la tenía que cargar yo porque mi madre me castigaba. Me decía: «Yo no puedo creer que tú hayas llenado la maleta de muñequitos… ¿Y la ropa dónde la metemos? Pues yo no sé, la maleta esa la vas a llevar tú». Tenía que llevar una caja de cartón para llevar la ropa y yo me llevaba mi maleta de muñequitos hasta Matanzas pero yo era el niño más feliz del mundo. Cargando aquella maleta llena de muñequitos…
La felicidad
Era maravilloso… Lo mismo que le pasa a cualquier niño… Leer otras historias, otras cosas… Todo eso de Supermán, de Batman, los cuentos de brujas… Era un mundo tan diferente, eran como muchos mundos diferentes. Yo quería leerlos todos. Desde los cuentos de brujas hasta El halcón de oro. En general me dio un hábito de lectura, me dio un amor por contar historias quizás, incluso, un interés por el diálogo breve, ágil, rápido, corto; por la visualidad, yo también hago poesía visual… Junto con eso yo veía muchísimo cine. Por 20 centavos, que era la entrada al cine, te ponían tres películas, no sé cuántos muñequitos buenos… Yo no sé cuántas cosas ponían. Era larguísimo. Me acuerdo una vez que vi La marcha sobre el río Kwai… entramos mi hermano y yo al cine a las doce del día, eran como las ocho de la noche y no se acababa porque eran tantas películas… películas de vaqueros, de Tarzán, más La marcha… Y mi padre buscándonos porque estaba preocupado. Metían ocho horas en el cine, en el Teatro Sauto de Matanzas. Eso es importantísimo. Cuando después se acabaron las películas americanas empezó a llegar todo el cine europeo de esa época que es fascinante. Truffaut, Buñuel, todas las italianas… La dolce vita se estrenaba en Roma y una semana después se estrenaba en Cuba. Yo en Matanzas lo veía todo. Me mantenía muy al día. Cuatro o cinco películas a la semana. A ese ritmo…
Las dos bibliotecas
Junto con eso descubrí las dos bibliotecas de Matanzas que fueron fundamentales: la Gener y Del Monte y la Guiteras. Ya fui entrando en los libros, era otro registro. Superé los muñequitos poco a poco, me fueron dejando de gustar, me concentré más en la biblioteca, en el cine… coleccionaba sellos también… Llevaba toda una vida paralela a la lucha con mi padre, vendiendo helados, trabajando en la calle, que había que trabajar bastante. Había muchos libros así, de esos intrascendentes… Mi cuna, el mar, libro de memorias de una australiana, que sé yo qué cosas, que había sido hija de un capitán de goleta cuando existían las goletas de vela… Ella escribió un libro precioso, yo lo tengo en mi casa todavía. Así fui descubriendo en la biblioteca, había también librerías de uso que vendían cosas muy baratas… A mí se me iba formando tremendo enredo en la cabeza. Me daba pena estarle preguntando a la bibliotecaria: «Oye… ¿qué tú crees que debo leer?»… tímido que era… Mis padres no me podían enseñar nada, no tenían un buen nivel… Yo leía todo, quizás un poco pretencioso: Jean Paul Sartre, ¿Qué es la literatura?, con trece años…, Federico Engels, El origen de la familia, la propiedad privada y el estado, eso me lo leí dieciocho veces porque no lo entendía y volvía y volvía… Wright Mills, ¿Qué es la sociología?… Bueno no sé… un gran enredo, leía todo al revés, todo se me complicó… Recuerdo que agarré La metamorfosis de Kafka y me dio un miedo paralizante… lo solté… Me quedé fascinado, empecé a guardar todos los libros de él. Lo leí a los treinta y dos años, hasta esa edad no acumulé valor para leerlo.
Franz Kafka y Julio Cortázar
Tengo un pequeño libro que se llama Melancolía de los leones, ese es un libro kafkiano, cortazariano… Lo maravilloso de ellos dos es esa posibilidad, que yo no tengo ya, de hacer literatura de cualquier cosa. Si tú has leído esos textos te darás cuenta de cómo yo voy, a base de trucos, haciendo cosas. Es un pequeño homenaje a ellos dos. Está escrito antes de Trilogía sucia de La Habana.
La escritura-Truman Capote
Yo estoy escribiendo desde que tenía trece años. Escribía poemitas de amor y poemitas de desamor y de todo. Letras para canciones, con una guitarrita que tenía, me salían muy mal. Después empecé a escribir cuentecitos. Y cuando tenía dieciséis-diecisiete años me leí Desayuno en Tiffany’s, de Truman Capote. A mí me encantaban los americanos. Todos. Hemingway, Caldwell, Faulkner… toda esa gente a mí me fascinaba mucho. En esa biblioteca tú podías caminar, ver los anaqueles y coger los libros, en esa época. Después la gente ya se los robaba. Era el problema. Yo quizás me robé uno también, pero no lo voy a confesar aquí. Se perdió el encanto. En esa época se podía y encuentro Desayuno en Tiffany’s y me quedo marcado para toda la vida. «Coño, qué bueno está esto… cojones… esto no parece literatura…» Ya a mí me habían fascinado, por ejemplo, los cuentos de Hemingway. Las novelas no, son demasiado puestecitas. Sus cuentos son fascinantes, son así: «Tracs…Tracs…» La idea mía de lo que es contar una historia siempre, desde esa época era esto, mira:
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Esta es la vida de una persona. Dentro de esa vida tú haces eso: «Trac» y cuentas ese pedacito. Ahora: que todo lo anterior y todo lo posterior quede entendido. Tú no lo cuentas: yo lo que cuento es un pedacito. Me llevó treinta años aprender a hacerlo. Es técnica, es técnica… Truman Capote desarrolló magistralmente ese concepto en ese librito y en todo lo que escribió. Esa idea de tú no hacer literatura, escribir de tal manera que no hay un nudo, no hay un desenlace. Tú cuentas algo y lo dejas ahí y ya. Grace Palley, posteriormente, lo hace de manera maravillosa. Yo he aprendido mucho de estos americanos. Seguí escribiendo poesía, cuento, qué sé yo qué cosas. Empecé a trabajar como periodista y en realidad yo escondía todo porque no me gustaba después que pasaban unos días. «Coño, esto no me gusta…» Todo demasiado puestecito.
Trilogía sucia de La Habana
En el año noventa y cuatro, yo tenía cuarenta y cuatro años, escribo el primer cuento de lo que iba a ser Trilogía sucia de La Habana. Borracho, medio loco, medio trastornado, quimbado por completo… En ese año en Centro Habana no había agua, no había gas, no había comida… Yo con un alcoholismo desesperado, con una promiscuidad… No me maté yo mismo no sé ni cómo. Fue una época fuerte de mi vida, con mucha furia, muy defraudado, y sencillamente me puse a escribir lo que pasaba. Trilogía sucia de La Habana, en realidad, viene a ser como un diario de mi vida cotidiana. No sé si sucio o limpio, yo no creo que sea tan sucio… Sencillamente: mi vida, lo que estaba viendo y lo que estaba pasando a mi alrededor. Pasaron cosas horribles. Me ponía morboso, yo realmente utilizaba el material más morboso, tenía una visión demasiado pesimista de los alrededores en aquel momento.
J. D. Salinger
A cada rato lo leo… Veo ese minimalismo que se ve posteriormente en Raymond Carver o, de algún modo, en Richard Ford. A mí eso me fascina. Esa posibilidad de hacer una pequeña historia de unos tipos que están en la piscina, se ve que la relación es un poquito tensa, y uno sabe y ¡bang!, se mete un tiro en la cabeza. Se acabó el cuento. Pero eso no se te olvida después. Queda rondando en la cabeza: «Coño… qué raro está esto…» Es tan delicioso que, por ejemplo, el cuento El hombre que ríe, cuando tú lo lees dos o tres veces te parece que tú eres uno de esos niños, ¿no es verdad? Provocar una emoción en el lector, eso es lo que yo me planteé como objetivo. No el gran protocolo literario, que nos viene de la forma de ver el mundo de los españoles, que no es la nuestra; nosotros somos americanos y tenemos una más simple, más directa, más cotidiana, más mestiza. Tenemos que ir encontrando nuestra propia forma de ser y nuestra propia forma de expresar. Somos otra cosa.
El sexo
La provocación: a veces es lo que hago yo con el sexo. Describo de manera explícita para joder. Es una forma de provocar. A mí siempre me ha molestado esa hipocresía, quizás influida por el cristianismo, no sé, de decir: «Se encontraron, se entraron a besos» y ni siquiera decir «el tipo tuvo una erección». Ni siquiera llegar a eso. «Se entraron a besos, se calentaron, se desearon y fueron a la cama». Punto y aparte. «Al día siguiente, por la mañana…». Así no, son dos personas que están haciendo cosas. Lo mismo están haciendo sexo que pueden estar comiendo, estar cagando… ¿Por qué hay que ver con prejuicio? ¿Por qué no puedo escribir eso que acabo de decir ahora? ¿Hay que ser tan estúpidamente púdico?
El periodismo
Es un oficio. Es una posibilidad que tú tienes de meterte en la vida de todo el mundo, un permiso, un pase que tienes para indagar, preguntar… Eso es maravilloso. Yo soy muy chismoso. Me interesa mucho enterarme de la vida de los demás. Tengo una vocación innata por eso. El nuevo periodismo me reactualizó los reportajes de Martí. La gente había dejado de escribir de esa manera. Martí escribía con un lenguaje un poquito más almibarado, el lenguaje de la época, pero tiene reportajes como «El terremoto de San Francisco» y unos cuantos más que son maravillosos. Un poco como escribía Daniel Defoe. Yo creo que Charles Dickens también absorbía mucho. El nuevo periodismo norteamericano me dio una visión moderna.
Escritores cubanos
Hay tres escritores que para mí son maravillosos: Alejo Carpentier (ahora me estoy releyendo Visión de América, unos ensayos), José Lezama Lima (sobre todo su ensayística y su poesía) y Eliseo Diego. Esos tres son los grandes escritores de Cuba. Definitivos. Después, bueno, hay escritores con un libro. Por ejemplo: Guillermo Cabrera Infante: Tres tristes tigres. Miguel Barnet con su Canción de Rachel… Está Roberto Fernández Retamar con dos o tres libros de poesía de los años sesenta. Fayad Jamís, también, Abrí la verja de hierro… Ese libro me marcó también mucho en esa época en que estaba leyendo a Engels… Hay algo de la poesía de Gastón Baquero, Colibrí de Severo Sarduy, Boarding Home de Guillermo Rosales, el único libro que publicó y después de suicidó. Hay una continuidad, es una idea que tengo hace tiempo, ahora que estamos hablando de literatura cubana, entre Hombre sin mujer, de Carlos Montenegro, El rey de La Habana, del servidor y Boarding Home, de Guillermo Rosales. Esos tres libros son tres momentos importantísimos de la literatura cubana. Suena mal que lo diga pues hay un libro mío. Pero es así.
La poesía visual
Parece que la poesía visual nació con los muñequitos y con el cine. Yo soy muy de imágenes. Se me olvidan los nombres de la gente pero las caras no. Traté, después, de estudiar pintura, entré en la clase de dibujo anatómico en la Escuela de Artes Plásticas de Matanzas. Mis padres no me dejaron, que esa era cosa de maricones… Después traté de entrar en la Escuela Nacional de Artes, pero ya tenia dieciséis años y me tocaba el servicio militar. Cuatro años. Fui como guardando eso: yo dibujaba, hacía dibujos… Y en algún momento, viviendo en Pinar del Río, yo tenía poemas que me gustaban mucho y se me ocurrió empezar a preparar una hojita: una figurita y dos o tres poemitas. La que era mi mujer trabajaba en un banco que tenía fotocopiadora. Me los fotocopiaba y yo les mandaba por correo a mis amigos mis poemas entre un sobrecito. Después empecé a colorearlos y hacía lo que se llama una «intervención». Los coloreaba y les pegaba algo original. Un día ella me dijo: «Ay qué bonito te queda esto… Vamos a hacer alguno grande». Me los empezó a hacer grandes. Y un pintor en Pinar del Río que se llama Francisco Ponjuán un día los vio. Yo era periodista. Era el vicepresidente de la Uneac en Pinar del Río. Me propuso hacer una exposición en la galería. Me embulló. Después estuvo en La Habana y en Matanzas. Le hicieron una promoción muy linda. Y por ahí veo yo en una Bienal de La Habana un grupo de México que también hacía eso. Pero más grande todavía. Los hacía enormes. Tenía la dirección de ellos y les escribí. Y cuando vengo a ver estoy yo en México, sin más acá y ni más allá, invitado a una Bienal de Poesía Visual con mis poemitas… Yo de inocente, no sabía nada de teoría y en México es que me entero que los dos grandes poetas visuales de Cuba, experimentales en la línea de las vanguardias europeas del siglo XX, eran Samuel Feijóo y Fayad Jamís. De eso me entero yo en México. Fue muy bueno. Es lo que me ha pasado siempre: llegar a hacer las cosas jugando, sin pretenderlo, sin un proyecto intelectual, sin un proyecto de lograr dinero, sin un proyecto para lograr nada. Yo hago las cosas para divertirme. Igual que escribo. De esa manera, al encontrarme en México con exposiciones de gente de Alemania, de Estados Unidos, ya fue maravilloso porque empecé a ver otra forma de hacer lo mismo, a tener catálogos, a tener contactos con todo el mundo y entonces ya la poesía visual mía empezó a evolucionar hasta lo que es hoy.
El espacio
En 1989 publiqué un reportaje sobre la exploración soviética del espacio. Primero quería escribir una biografía de Yuri Gagarin. Pero me di cuenta que habían demasiadas. Fui a la Unión Soviética y entrevisté a todo el mundo: a Yuri Romanenko, que viajó al espacio junto al cubano Arnaldo Tamayo, a Vjacheslav Balebanov, del Instituto de Investigaciones Cósmicas… Lo que pretendí con este librito, Vivir en el espacio, fue sacar a la superficie algo más que la punta del iceberg… Fue una edición inmensa, de 10.000 ejemplares que se agotó. Nunca he vuelto a encontrar uno en librerías de uso. Lo gracioso fue que el día del lanzamiento en la feria del libro, en la sala de al lado, estaban presentando Kon Tiki de Thor Heyerdahl. Él estaba presente. Imagínate. ¡Thor Heyerdahl! Nadie fue a la presentación de mi libro. Todo el mundo estaba ahí. Yo también quería estar ahí y no pude, no es fácil…
Bogotá-La Habana, febrero-marzo de 2007
Álvaro Castillo Granada
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