Por Luz Ángela Fandiño
Hace 29 años llegó a Colombia una de las personas que desde el primer momento se ha distinguido por su labor en favor de la cultura colombiana. Se trata de Karl Buchholz, conocido librero y galerista alemán, a quien el Instituto Colombiano de Cultura estimó entregarle una condecoración como reconocimiento a su tarea y especialmente con motivo de la aparición del número 200 de la revista Eco, que tan acertadamente dirige y que lleva 18 años de publicación continua.
La Medalla Instituto Colombiano de Cultura le será entregada por Gloria Zea de Uribe, directora del Instituto, en un acto especial que tendrá lugar el próximo martes en la Biblioteca Nacional, con la asistencia de quienes han colaborado con el señor Buchholz en su labor y de un grupo de intelectuales y personas vinculadas a la actividad cultural colombiana.
En entrevista concedida a EL SIGLO y que a continuación presentamos, Karl Buchholz nos cuenta algunos aspectos de su vida y la obra que ha realizado tanto en Europa como en Colombia.
¿Cómo nació en usted esta vocación de librero que se ha prolongado durante toda su vida?
En mi niñez, a los 11 o 13 años, quería siempre leer en mis horas libres y a esta edad fui un visitante constante de las bibliotecas de mi pueblo (Goethingen, Alemania).
¿Cuáles fueron sus primeras librerías y qué pasó con ellas?
A los 24 años, en el año 20, fundé en Berlín mi propia librería. Desde el momento de la fundación gozó de gran resonancia y gracias a esto pude ampliar el mundo de los libros, pero fue víctima de los bombardeos de la guerra, y tocó a su fin con la división del país en occidental y oriental, ya que su sede estaba localizada donde se encuentra la muralla. Cayó en manos de los comunistas, quienes me sacaron. Así terminó una rica evolución de 20 años.
En los principios de Hitler, pensé en la necesidad de tener en el extranjero una documentación intelectual alemana, entonces fue cuando fundé las librerías de Bucarest, Lisboa y Madrid. Cuando terminó la guerra y Alemania perdió en 1945, la librería de Bucarest fue tomada por el gobierno rumano. Entonces fueron dos librerías las que perdí; la de Madrid y Lisboa siguen.
¿Qué lo impulsó a venirse para Suramérica? ¿Por qué escogió Colombia?
Desde el año 45 vivía en Madrid dirigiendo las librerías que me quedaban, pero en el año 49 me había impresionado mucho la política rusa de Stalin en frente de Europa. Fue cuando sentí la necesidad de añadir a mis librerías una fundación en América del Sur, y gracias a la recomendación del doctor Landmann, Cónsul honorario en Brasil, llegué a Bogotá.
Usted dice que sus librerías en Europa y en Bogotá son obra de sus clientes, ¿por qué?
Si una librería tiene la suerte de ser visitada por clientes de alta cultura, en ese momento le llega al librero el intercambio de ideas y deseos de sus visitantes. Siguiendo a estos propósitos de cada uno, poco a poco la librería se llena de todos los temas que son de interés para nuestro público.
Otra de sus grandes pasiones al lado de los libros ha sido el arte, ¿qué significa para usted el arte?
El arte para mí es el ánimo de mi vida, es el pan de mi existencia y por eso quiero entregar esta necesidad también al mundo que me rodea.
¿Qué me puede decir de su actividad como galerista?
Como galerista ya tenía gran experiencia por mi vinculación con el arte en Europa y la galería que fundé en New York, como un nuevo hogar para todos los expresionistas alemanes que fueron expulsados de los museos e instituciones artísticas alemanas. Gracias a la aceptación de estos artistas en New York, el expresionismo fue aceptado internacionalmente. Aquí en Bogotá, en el mismo año que fundé la librería, inauguré la galería con una exposición en la que tomaron parte Obregón, Picasso, Roualt y otros artistas. Esta galería siempre tuvo resonancia, pero no en el sentido material. Un día de 1971, me tocó cerrarla por ser víctima de los engaños de quien era su director en ese año. En noviembre de 1975 la abrí nuevamente para exponer artistas del mundo moderno, especialmente colombianos y suramericanos.
Algunos de nuestros grandes valores de la plástica fueron descubiertos por usted. ¿Quiénes son ellos?
Objetivamente, descubrí a Manuel Camargo, Diva Teresa Ramírez y Amelia Cajigas, entre otros.
Al lado de la librería y la galería, usted ha desarrollado otra importante actividad, la revista Eco. ¿Cómo nació y con qué propósito?
En 1960 nació la revista Eco, gracias al empuje que me fue dado por Danilo Cruz Vélez, Rafael Carrillo, Carlos Patiño, Hans Herkrath, Hasso Freiherr, Von Maltzahn y Antonio de Zubiaurre.
Con la energía de estos señores llegó la revista a la luz, con el propósito de publicar trabajos de literatura y filosofía del mundo suramericano, unido con artículos del mundo europeo, para demostrar e ilustrar que Colombia y todos estos países también hacen parte de occidente intelectualmente, por eso el nombre de Eco, en su tiempo era Revista de la Cultura de Occidente.
¿Se encuentra satisfecho de la labor realizada con la revista?
Sí, mucho, es uno de mis grandes orgullos, ha cumplido con el propósito inicial.
¿Se siente satisfecho con la labor realizada con las librerías y la galería?
No me siento satisfecho, estoy siempre descontento. Pienso que la labor ha podido ser mejor.
Después de todo lo que usted ha hecho, ¿cree que le falta alguna actividad por concluir o por realizar?
Claro, me falta la fundación de una gran biblioteca pública, que sea popular y científica y además internacional, para los miles de jóvenes colombianos que tienen el deseo de llegar a un mundo intelectual y profesional tan alto como sea posible.
Usted habla frecuentemente de su muerte. ¿Ha pensado lo que será la galería, la librería y la revista Eco después de que esto ocurra?
Sí, mi deseo es entregar las librerías a esta biblioteca pública, como propiedad de ella, para que las ganancias de las librerías contribuyan al costo de la biblioteca.
¿Qué significa para usted la condecoración que le entrega Colcultura?
Yo tomo la Medalla con mucho agradecimiento, pero no para mí, más para el círculo de todos mis colaboradores que por una parte me rodea desde hace casi 30 años.
Sentado en un pequeño banco, en sus ojos azules brilla la nostalgia de 34 años atrás, cuando, con las mismas manos que con optimismo recibían las obras que habrían de surtir su librería, Karl Buchholz hoy revisa uno a uno los libros para trasladarlos a la Biblioteca Nacional o a la nueva Librería Buchholz, que será inaugurada a mediados de este mes, y de esa manera reducir a solo dos pisos ese edificio de la Avenida Jiménez, impregnado de cultura, que un día llegó a cubrir todos los temas y a convertirse en la librería más grande e importante de Bogotá.
Donar a la Biblioteca Nacional gran parte de los libros que componen la Librería Buchholz del centro y reducirla a solo dos pisos es tal vez una «locura» o un grito silencioso que está lanzando este inquieto librero alemán, que por más de tres décadas ha ofrecido a los bogotanos las más variadas formas de cultura que quiso regalarnos con la gran idea de una biblioteca pública, donando las obras de una de sus librerías, pero que se cansó de ir y venir con un rollo de planos debajo del brazo, de golpear en el despacho de los alcaldes para que donaran un lote en el centro de la ciudad y de hablar con los industriales para que financiaran la construcción de la obra, que no pasó de ser solo una ilusión.
Diez mil, veinte mil o más, es difícil calcular cuantos tomos han sido llevados a su nueva casa, lo cierto es que los estantes que antes permanecían llenos, hoy los podemos observar con numerosos claros, como cuando los encargados de cada sección los bajaban para reorganizarlos después de que durante días y meses los clientes, descuidadamente, los colocaban en un orden diferente.
La Librería Buchholz del centro, como es conocida, fue inaugurada en el mes de noviembre de 1949, en un edificio localizado estratégicamente en la Avenida Jiménez con carrera octava, y cuyo contenido no escapa ni a los más distraídos transeúntes.
Inicialmente fue surtida con libros importados sobre literatura, lingüística, filosofía, artes, teatro, antropología, historia y libros de niños, pero las necesidades del público hicieron que muy pronto ampliara su contenido también con libros técnicos, de medicina, ingeniería, química, economía, física, matemáticas, arquitectura y muchos otros temas hasta completar una gama de más de 40 secciones en idioma español, inglés, francés y alemán.
Universidad para muchos
Así como por ella han desfilado los más destacados personajes de la vida nacional, preguntando por libros especializados o enterándose de las últimas novedades bibliográficas del mundo occidental, también no faltan las personas que solicitan lápices de color, clavos o puntillas. Así como muchos llegan con el dinero suficiente y el propósito de comprar, otros encuentran en la distribución de los estantes o en la distracción de los empleados la facilidad para esconder debajo del saco uno, dos o más libros y salir sin ser descubiertos. Unos lo confiesan con orgullo, otros con ironía y otros guardan su secreto.
La gran mayoría de los estudiantes, profesionales e intelectuales pueden decir que de una u otra forma sus pequeñas o grande bibliotecas, en buena parte fueron surtidas con libros de la Buchholz.
Lo cierto es que la Librería Buchholz del centro la recordaremos como una escuela o como una universidad, tanto para quienes compraban como para quienes robaban; para la cantidad de jóvenes que laboraron allí mientras iniciaban y terminaban sus carreras universitarias y para los amigos de estos que aprovechaban esa buena complicidad para pasar las tardes enteras mirando y leyendo libros.
Este edificio no solo tiene recuerdo para los lectores y estudiosos, también muchos artistas, como Amelia Cajigas, Diva Teresa Ramírez y Manuel Camargo, entre otros, guardan en su memoria que fue allí donde expusieron por primera vez sus obras, en esa galería que comenzó a funcionar simultáneamente con la Buchholz.
Un sueño de 34 años
Grandes dolores de cabeza ha tenido que soportar Karl Buchholz con esta librería y en varias ocasiones quiso venderla. No faltaban los clientes, especialmente alemanes o mexicanos que querían ser sus dueños, pero las satisfacciones y los buenos recuerdos fueron tan fuertes que impidieron realizar cualquier negocio.
La idea de Buchholz era realizar su última obra donando los libros de Buchholz del centro a la fundación de una biblioteca pública para Bogotá, pero hoy, con sus 84 años ya no se siente con fuerzas para seguir luchando por ese imposible y es por eso que la entrega que está haciendo a la Biblioteca Nacional la considera como algo semejante a lo que fue su propósito.
Y todo eso pasó por culpa de una noche de insomnio, cuando en el año de 1949, por la ventana de una habitación del quinto piso del Hotel Granada, donde se hospedaba este soñador, a altas horas de la noche vio cómo eran desocupados los tres primeros pisos de este edificio y pensó que sería el sitio ideal para fundar una librería: la Buchholz, que con el correr del tiempo se convirtió en la librería bogotana por antonomasia, de la cual se llegó a decir: «quien no haya robado libros en la Buchholz no sabe leer».